Llevo mucho tiempo convencido de que las obras que llevamos a cabo y las palabras que salen de nuestra boca tienen dos destinatarios: aquellos a quienes van dirigidas y, aunque no nos percatemos, nosotros mismos. Si nuestras palabras son de aliento o consuelo y nuestras obras persiguen el bien de los demás, habremos ayudado al otro pero también a nosotros mismos. Y viceversa, si nuestras palabras contaminan y envenenan y nuestros actos son destructivos, perjudicaremos a los demás pero también nos haremos daño, aun sin saberlo.
Las campañas de recogida de alimentos y ropa que se han llevado a cabo en el instituto (habrá más durante este mes de mayo) han supuesto un alivio para muchas familias que viven en la cordillera del Atlas en durísimas condiciones. Y estoy seguro de que la movilización de personas y recursos que las han hecho posible (gracias a vosotros: tutores, alumnos y Ahmed) no solo han redundado en beneficio de ellos, sino de todos nosotros. Porque hemos dado sin esperar nada a cambio (bueno, quizá un poco de fruta, bizcocho casero, zumo o frutos secos…).
Hace más de cuarenta años, un hombre bueno y sabio dijo: “El mundo de hoy necesita más testigos que maestros y, si acepta a los maestros, es porque antes han sido testigos”. Pues eso.
Antonio Molina Burgos
Profesor de Matemáticas