En pocas horas el avión empezaba a aterrizar en el aeropuerto alemán. Casandra salió la última, porque no se encontraba bien. Caminaba por el aeropuerto cuando notó que sus dolores leves empeoraban, y tenía muchas ganas de vomitar. Casandra no podía continuar, pero tampoco podía ir al médico. No encontraba solución: su única opción era seguir su camino hasta la casa de su tía Rajae.
Por fin llegó a la ciudad, y buscó la dirección de su tía. Cuando encontró el portal, subió las escaleras cautivada por la emoción. Llamó y llamó a la puerta, pero nadie contestaba, hasta que salió la vecina de enfrente alarmada por los golpes que estaba dando.
- Hola, muchachita, ¿buscas a alguien?
- Hola. Busco a mi tía. Hace mucho que no la veo. Estoy llamando, pero no contesta nadie. Seguramente no está.
- Muchachita, si Rajae es tu tía, ¿cómo no sabes que dejó esta casa hace años?
A Casandra se le llenaron los ojos de lágrimas. Para ella supuso un golpe muy fuerte, pero se dirigió a la vecina simulando una sonrisa.
- ¿Sabe dónde vive ahora?
- ¡Ay, jovencita! Me vas a perdonar, pero nunca llegué a preguntarle a qué lugar se mudaba. Es que tu tía y yo no teníamos demasiada confianza, a pesar de que llevábamos viviendo en esta casa muchos años. Mi nombre es Montserrat, soy española.
Casandra sentía más ganas de llorar y le saltaron todas las lágrimas que le quemaban por dentro. La vieja vecina la miró y sintió una gran pena por ella.
- Muchacha, en tus ojos veo una gran tristeza, ¿cómo te llamas?
- Me llamo Casandra.
La anciana la invitó a pasar a su casa. Tomaron café y conversaron un gran rato. Pronto se hicieron amigas y Casandra decidió quedarse hasta encontrar a su tía.
Más tarde, a Casandra le entraron de nuevo el mareo y los dolores leves que no la dejaban descansar. Montserrat se dio cuenta de que se encontraba mal; estaba pálida y le preguntó:
- Estás pálida, ¿te encuentras bien?
- La verdad es que me encuentro mal, tengo muchos mareos.
La anciana sintió pena por Casandra y la llevó a urgencias para que la atendieran rápidamente. Montserrat se quedó en la fría sala de espera. Tras terminar la revisión, los médicos le dijeron que Casandra estaba embarazada.
- Muchacha, en tus ojos veo una gran tristeza, ¿cómo te llamas?
- Me llamo Casandra.
La anciana la invitó a pasar a su casa. Tomaron café y conversaron un gran rato. Pronto se hicieron amigas y Casandra decidió quedarse hasta encontrar a su tía.
Más tarde, a Casandra le entraron de nuevo el mareo y los dolores leves que no la dejaban descansar. Montserrat se dio cuenta de que se encontraba mal; estaba pálida y le preguntó:
- Estás pálida, ¿te encuentras bien?
- La verdad es que me encuentro mal, tengo muchos mareos.
La anciana sintió pena por Casandra y la llevó a urgencias para que la atendieran rápidamente. Montserrat se quedó en la fría sala de espera. Tras terminar la revisión, los médicos le dijeron que Casandra estaba embarazada.