19 de diciembre de 2010

A la mañana siguiente Cesare Pavese no pidió el desayuno

Solo bajó del tren,

atravesó solo la ciudad desierta,

solo entró en el hotel vacío,

abrió su solitaria habitación

y escuchó con asombro el silencio.

Dicen que descolgó el teléfono

para llamar a alguien,

pero es falso, completamente falso.

No había nadie a quien llamar,

nadie vivía en la ciudad, nadie en el mundo.

Bebió el vaso, las pequeñas pastillas,

y esperó la llegada del sueño.

Con cierto miedo a su valor

-por vez primera había afirmado su existencia-

tal vez curioso, con cansado gesto,

sintió el peso de sus párpados caer.

Horas después -una extraña sonrisa dibujaba sus labios-

se anunció a sí mismo, tercamente,

la única certidumbre que al fin había adquirido:

jamás volvería a dormir solo en un cuarto de hotel.


Juan Luis Panero (De Los trucos de la muerte, 1975)