Ahora sabemos que el capitán Alegría eligió su propia muerte a ciegas, sin mirar el rostro furibundo del futuro que aguarda a las vidas trazadas al contrario. Eligió entremorir sin pasiones ni aspavientos, sin levantar la voz más allá del momento en que cruzó el campo de batalla, con las manos levantadas lo necesario para no parecer implorante y, ante un enemigo incrédulo, gritar una y otra vez “¡Soy un rendido!”.
Bajo un aire tibio, transparente como un aroma, Madrid nocheaba en un silencio melancólico alterado sólo por el estallido apagado de los obuses cayendo sobre la ciudad con una cadencia litúrgica, no bélica. “Soy un rendido." Durante dos o tres noches, nos consta, el capitán Alegría estuvo definiendo este momento. Es probable que se negara a decir “me rindo” porque esa frase respondería a algo congelado en un instante cuando la verdad es que se había ido rindiendo poco a poco. Primero se rindió, después se entregó al enemigo. Cuando tuvo oportunidad de hablar de ello, definió su gesto como una victoria al revés. “Aunque todas las guerras se pagan con los muertos, hace tiempo que luchamos por usura. Tendremos que elegir entre ganar una guerra o conquistar un cementerio”, concluía en una carta que escribió a su novia Inés en enero de 1938. Ahora sabemos que, sin saberlo, había rechazado de antemano ambas opciones.
Alberto Méndez: Los girasoles ciegos (2004)
Alberto Méndez (Madrid, 27 de agosto de 1941 — 30 de diciembre de 2004), fue un escritor español famoso por su libro Los girasoles ciegos. Hijo del traductor y poeta José Méndez Herrera, su infancia transcurrió en Barcelona. Estudió bachillerato en Roma (Italia) y se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid. Persona de izquierdas, militó en el Partido Comunista hasta 1982. Trabajó en grupos editoriales nacionales e internacionales.
Galardonado a título póstumo con el Premio Nacional de Narrativa (España) 2005 por Los girasoles ciegos, libro compuesto de cuatro relatos ambientados en la Guerra Civil Española.
Galardonado a título póstumo con el Premio Nacional de Narrativa (España) 2005 por Los girasoles ciegos, libro compuesto de cuatro relatos ambientados en la Guerra Civil Española.
Los girasoles ciegos. Hay novelas en las que a pesar de su relativa brevedad, uno siente la inminente sensación de estar ante un gran todo en el que parece no sobrar ni faltar ni la más mínima coma. La novela Los girasoles ciegos entra meritoriamente en la nómina de tan infrecuente tipología. No resulta una tarea costosa admirar la genialidad del autor, sobre todo en cuanto a la creación de historias se refiere, historias que en este caso se hilvanan con el hilo estentóreo de una desgracia colectiva. Por otro lado, fluye en esta novela la riqueza dialógica de los grandes novelistas y de las grandes obras, con una diversidad de voces que se suceden en variedad de niveles discursivos. En novelas como esta es necesario el concepto de Historia no sólo en el sentido de linealidad esencialista (que en este caso lo ocuparía el drama que muchísimas personas vivieron con nuestra fatal guerra), sino como un sistema con una estructura propia, pues la historia, gran código de los códigos, ya no es sólo el reflejo de lo social, sino el espacio que necesita lo político, lo económico o lo literario para convertirse en realidad.
La novela presenta lo que pudiese ser una suerte de estructura paralela, pues los capítulos entran en relación con tras una fase de intermitencia. Empieza la novela contando la historia del capitán Carlos Alegría (no olvidemos que está dividida en cuatro partes o cuatro “derrotas” como el propio autor las llama), un hombre recorrido por la incertidumbre que decide dar un gira total a su vida en medio de una guerra civil en su fase más cruel y última, 1939. Así se abre el capítulo:
La novela presenta lo que pudiese ser una suerte de estructura paralela, pues los capítulos entran en relación con tras una fase de intermitencia. Empieza la novela contando la historia del capitán Carlos Alegría (no olvidemos que está dividida en cuatro partes o cuatro “derrotas” como el propio autor las llama), un hombre recorrido por la incertidumbre que decide dar un gira total a su vida en medio de una guerra civil en su fase más cruel y última, 1939. Así se abre el capítulo:
Ahora sabemos que el capitán Alegría eligió su propia muerte a ciegas, sin mirar el rostro furibundo del futuro que guarda a las vidas trazadas al contrario.
Lo que puede percibirse desde un primer momento es la presencia de un narrador interesado en reconstruir y contar la historia del Capitán Alegría, un narrador que incluso con cierta complicidad, parece no estar dispuesto a que la historia de Carlos Alegría acabe en el olvido más absoluto.
Del capitán volveremos a saber más adelante, justo después del segundo capítulo o segunda derrota (1940), que nos cuenta la historia de huída reconstruida gracias al hallazgo de un manuscrito. Podría decirse que excepto el hecho de ser una fecha próxima a la del anterior capítulo (1939-1940), nada tiene que ver éste con el segundo, y si algo tuviesen en común sería acaso el horror comunitario que provoca una guerra. Ya en este capítulo, que se titula propiamente “Manuscrito encontrado en el olvido”, tenemos un claro ejemplo de relato fenoménico en tanto que se trata de un manuscrito que ha sido encontrado casi por azar y que servirá para configurar la totalidad misma del capítulo (técnica similar a la utilizada en el célebre capítulo de El Quijote en el que se encuentran los cartapacios). El narrador no se limita más que a transcribir lo que encuentra y a hacer algunas puntualizaciones sobre la fisionomía de los papeles encontrados. La voz del transcriptor (editor) va paralela a la propia exposición del manuscrito, haciendo las veces de notas aclarativas que llegan hasta el final del propio relato constituyendo lo que pudiese ser una suerte de epílogo.
Aparecen muchas referencias metapoéticas incrustadas con atinada intención, pues en ocasiones los versos que se traen a colación consiguen rellenar determinados huecos de sentido.
Tanto el tercer capítulo (“Tercera derrota: 1941 o El idioma de los muertos”) como el último (“Cuarta derrota: 1942 o Los girasoles ciegos”) perfilan el amplio sentido de la obra en su interconexión con los primeros.
La novela sin duda es de recomendación encarecida, pues constituye toda una reflexión sobre las nefastas consecuencias de una guerra, donde lo único que prolifera es el miedo, la pérdida de identidad y la hipocresía de los que se creen ostentadores de la verdad y de la vida. No obstante, sus protagonistas, en un devenir adverso, se erigen en verdaderos valedores de la libertad y de la historia.
(Reseña de David Porcel Bueno)
Tráiler de la versión cinematográfica de Los girasoles ciegos, dirigida por José Luis Cuerda en 2008. La película es parcialmente similar al argumento de la novela, centrándose en el segundo capítulo y sobre todo en el último. Hay una variación sustancial en algunos pasajes concretos.