La publicación del cuarto Cántico de Jorge Guillén es uno de los más importantes sucesos de la poesía española contemporánea. Al cabo de cuatro ediciones llega a completarse esta admirable obra que de sesenta y cinco poemas, en 1928, ha pasado a trescientos treinta y cuatro en 1950. La edición actual se anuncia como la primera completa; el poeta considera conclusa la tarea emprendida treinta y un años antes, y dirige su esfuerzo en otras direcciones.
Cántico es un fruto lentamente madurado y ya en plenitud; plenitud conseguida del modo más natural. Esto no es una figura retórica sino exacto reflejo de la realidad. Los poemas surgieron obedeciendo a un impulso irresistible, a la necesidad de cantar el mundo en todos sus momentos, aspectos y dimensiones. El júbilo de ser y el júbilo de existir provocan el «cántico» del poeta, cristalizando en poesías que responden a múltiples incitaciones.
Diez mil versos para registrar las sensaciones de un hombre sin cesar deslumbrado por la maravilla de ser e incitado a proclamarla líricamente. Cántico aumentó, según señaló Casaduero al aparecer la tercera edición, como un árbol que por el normal desarrollo de su tronco y sus ramas va creciendo y ensanchándose hasta alcanzar su debido tamaño. Los nuevos poemas vienen a colmar los huecos existentes en el organismo previsto. Prodigio de equilibrio y de madurez, no importa demasiado, ahora que lo vemos completo y perfecto, discriminar cuáles fueron los primeros poemas y cuáles los últimos. La tarea sería curiosa y a propósito para poner en claro la evolución de Guillén, su tendencia a pasar de lo esencial a lo existencial, pero realmente en los versos de 1928 estaban anunciados los de 1950 y en el hombre de hoy sigue operante y actual el alma de ayer.
El volumen, compuesto a lo largo de seis lustros -1919-1950 son las fechas destacadas por el poeta- tiene sorprendente unidad. Por encima de los posibles cambios de acento y de tendencia, esa unidad de tono y de espíritu demuestra la firmeza de la posición vital y estética del poeta.
Eugenio Frutos, en un estudio reciente calificaba certeramente de «existencialismo jubiloso» la actitud guilleniana. Sí: las experiencias contenidas en sus poemas corresponden a vivencias propias, y precisamente surgen a través de la imagen justa, de la imagen útil para colmar la necesidad expresiva. Esas vivencias, como Frutos ha visto, funden lo que es con lo que existe: ser es existir y existir es ser, dinámicamente, activamente.
Los críticos de esta poesía destacan la significación que en ella tiene la palabra «ser». Moreno Villa lo señala y también la importancia del júbilo; Dámaso Alonso advierte: «no se puede comprender la poesía de Jorge Guillén sin darse cuenta de que su tema central, el que una y otra vez vuelve explícitamente a su verso, pero que de modo constante da unidad y sentido a toda la obra, es el tema del ser; el libro podría llamarse Cántico o "gozo del ser". De aquí que el tema sea a la par lo que da a la poesía de Guillén su entusiasmo, su sereno frenesí»; Jorge Guillén, dice Casalduero, «está cantando el ser. Ser y asombro de ser»; «quiere ser entre las cosas, viendo sus masas, su belleza o su imperfección», escribe Blecua, y precisa que este «ser» se deleita en la perfección del instante.
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