Pasó un mes, y pocos días antes de la boda, Salim le dijo a Casandra que no invitara a sus primos, porque se pondría celoso.
La boda que pudieron preparar era muy pobre. La celebraron en un salón muy pequeño. Salim no le había regalado ningún detalle a Casandra para alegrarla, ni siquiera se encargó del vestido de novia. Pero Griselda le regaló un vestido muy especial a su hija. Al ponérselo, sintió a su padre muy cerca; era el vestido que su padre le regaló a su madre el día de su boda. Casandra se sentía muy bella con él.
La boda resultó pobre y triste. Casandra veía a su madre llorar y pensaba que era de alegría; sin embargo, Griselda lloraba de tristeza. Ese día recordó todas sus penas: la vida tan dura que llevaba, el fallecimiento de su marido, y ahora su hija, que tan alegre era, se había vuelto del revés, y siempre estaba triste y preocupada. La boda parecía una despedida entre madre e hija, pero todo aquello no tenía remedio ya.
Al terminar la boda, algunos invitados adelantaron al novio, mientras Casandra se despedía de su madre. Las dos se dieron un fuerte abrazo, y al acercarse al coche, Casandra vio que el chófer era uno de sus primos, que estaba sentado en el suelo, en una esquina de la calle. Casandra se acercó hasta él, y entonces el primo le dijo:
- Casandra, por favor, faltan dos horas para que sea demasiado tarde; piensa bien hacia dónde estás dando ese paso tan importante en tu vida.
- Lo siento, primo, pero no soy yo la que quiere casarse. Me caso obligada: me obliga mi corazón.
Después de que Casandra dijera estas palabras, el primo la miró fijamente y le entregó un sobre como un recuerdo muy especial. Se despidió de él con lágrimas en los ojos, y ambos se metieron en el coche. Casandra se quedó mirando un buen rato el sobre que le había dado. Era un sobre precioso, con una cinta decorativa y unas perlas que lo rodeaban.
Al observar todos esos detalles, se dio cuenta de que era el sobre que su madre le mostró cuando buscaban un regalo para la fiesta de cumpleaños de Mariana. (Ver: El triunfo de la vida I.) Casandra pensó que era demasiada casualidad que su primo le hubiera entregado el mismo sobre que su madre le mostró aquel día, y decidió guardarlo en su saquito privado al llegar a casa. Sin embargo, Salim se dio cuenta de que guardaba algo a escondidas y encontró el sobre. Se asomó por la ventana y vio que era el coche del primo el que se marchaba. Enfurecido, lanzó el sobre por la ventana y se rompieron todas las hermosas perlas que lo rodeaban. Casandra no pudo ni dirigirle la palabra a Salim, porque empezaba a tenerle mucho miedo.
La boda resultó pobre y triste. Casandra veía a su madre llorar y pensaba que era de alegría; sin embargo, Griselda lloraba de tristeza. Ese día recordó todas sus penas: la vida tan dura que llevaba, el fallecimiento de su marido, y ahora su hija, que tan alegre era, se había vuelto del revés, y siempre estaba triste y preocupada. La boda parecía una despedida entre madre e hija, pero todo aquello no tenía remedio ya.
Al terminar la boda, algunos invitados adelantaron al novio, mientras Casandra se despedía de su madre. Las dos se dieron un fuerte abrazo, y al acercarse al coche, Casandra vio que el chófer era uno de sus primos, que estaba sentado en el suelo, en una esquina de la calle. Casandra se acercó hasta él, y entonces el primo le dijo:
- Casandra, por favor, faltan dos horas para que sea demasiado tarde; piensa bien hacia dónde estás dando ese paso tan importante en tu vida.
- Lo siento, primo, pero no soy yo la que quiere casarse. Me caso obligada: me obliga mi corazón.
Después de que Casandra dijera estas palabras, el primo la miró fijamente y le entregó un sobre como un recuerdo muy especial. Se despidió de él con lágrimas en los ojos, y ambos se metieron en el coche. Casandra se quedó mirando un buen rato el sobre que le había dado. Era un sobre precioso, con una cinta decorativa y unas perlas que lo rodeaban.
Al observar todos esos detalles, se dio cuenta de que era el sobre que su madre le mostró cuando buscaban un regalo para la fiesta de cumpleaños de Mariana. (Ver: El triunfo de la vida I.) Casandra pensó que era demasiada casualidad que su primo le hubiera entregado el mismo sobre que su madre le mostró aquel día, y decidió guardarlo en su saquito privado al llegar a casa. Sin embargo, Salim se dio cuenta de que guardaba algo a escondidas y encontró el sobre. Se asomó por la ventana y vio que era el coche del primo el que se marchaba. Enfurecido, lanzó el sobre por la ventana y se rompieron todas las hermosas perlas que lo rodeaban. Casandra no pudo ni dirigirle la palabra a Salim, porque empezaba a tenerle mucho miedo.
El primo vio desde el coche cómo caía el sobre y se desparramaban las perlas por el suelo. Creyó que era Casandra la que lo había lanzado y sintió un enorme vacío en su corazón, como si fuera su corazón el que se hubiera roto en mil pedazos.
Cuando Casandra y Salim se fueron, el primo recogió el sobre y todas las perlas caídas y prometió guardarlos hasta volver a encontrarse con Casandra de nuevo.
(Continuará)