Semanas después, Casandra descubrió una tienda cerca de la casa nueva a la que se habían mudado. Era una librería que quedaba en el centro, y Casandra bajaba todas las tardes a pasear y, de camino, asomarse a la librería.
Siempre sonriente y alegre, Casandra quedaba con sus amigas para salir. Para recoger a Mariana, llegaba hasta su casa, porque ahora vivían cerca. Después iban con el resto de las amigas a la iglesia del internado para saludar a las monjas. Siempre iban juntas, paseaban juntas y viajaban juntas, pero lo que más hacían juntas era estudiar.
Por esos días, Casandra cumplió diecisiete años. Lo celebró en su casa, con una pequeña fiesta a la que invitó a Mariana y solo tres amigas más. La verdad es que la madre de Casandra era muy pobre y no tenían para celebrar grandes fiestas. Eran las monjas las que ayudaban a la familia mientras la madre de Casandra encontraba trabajo.
Tiempo después, Casandra volvía de estudiar y, al entrar en casa, encontró a su madre muy feliz rodeada de los primos de Casandra.
- ¡Hola mamá! ¡Vaya sorpresa!
- ¡Hija, qué alegría! Mira, están aquí tus primos. Hace mucho que no te ven.
Casandra saludó a sus primos y estaba muy feliz; se divertía mucho con la familia. Se quedó un buen rato a conversar con sus primos, y entonces notó que no la miraban como a una prima, sino como a una mujer. Sus primos no habían venido a visitarla como familiares, sino como hombres enamorados de ella. Durante un tiempo, los primos de Casandra venían todas las tardes a visitarla, pero Casandra casi nunca estaba en casa. Ella era distinta a las demás chicas: era alegre y muy libre, y siempre salía al centro, a la librería, o en busca de historias reales.
Una tarde entró en la librería a buscar un libro, y enfrente suya había un chico que no paraba de mirarla. Se acercó a ella y, sin más, le preguntó si tenía novio. Ella, entusiasmada, le contestó que no, que nunca había salido con ningún chico. Casandra y el muchacho se miraron fijamente durante un rato, y se presentaron. Aquel chico se llamaba Salim. Para Casandra fue un amor a primera vista, y era la primera vez en su vida que le pasaba.
Al volver a casa, el rostro de Salim no se le quitaba de la cabeza. Al día siguiente, Casandra bajó al centro con la esperanza de encontrarse con él, y así fue. Todas las tardes se veían a escondidas, y al regresar a casa, su madre y primos la notaban cada día más triste, más aburrida y solitaria. Era porque estaba muy enamorada de Salim, pero era un hombre muy duro y serio, muy celoso. Tenía treinta años, y a pesar de que solo llevaban saliendo dos semanas, le pedía a Casandra que dejara de tener amistades y se comprometieran para el matrimonio. A Casandra le afectaban mucho sus palabras, porque estaba muy enamorada y pensaba que no tenía más remedio que aceptar lo que él decía.