29 de noviembre de 2012

Caballero Bonald, Premio Cervantes 2012

Novelista y poeta, flamencólogo, navegante, sobrevivió a dos naufragios, y ahora gana la inmortalidad con el «Nobel de las Letras Hispanas» el año en el que se despide con «Entreguerras»

José Manuel Caballero Bonald

Antonio Astorga / abc.es

El año en el que se ha despedido de la Letras con poema-río testamentario «Entreguerras», José Manuel Caballero Bonald, «en el arrabal de mi senectud», confiesa, acaba de ser galardonado con el máximo galardón de las Letras de habla hispana: el Premio Cervantes.

José Manuel Caballero Bonald nace el 11 de noviembre de 1926 en Jerez de la Frontera (Cádiz), en la calle Caballeros, en el lugar donde actualmente se ubica su Fundación. Hijo de Plácido Caballero, cubano de madre criolla y padre santanderino, y de Julia Bonald, perteneciente a una rama de la familia del vizconde de Bonald, filósofo tradicionalista francés, radicada en Andalucía desde mediados del S.XIX.
 
Cursó primera enseñanza y bachillerato en el Colegio de los Marianistas de Jerez. Cuando se sucede la tragedia de la Guerra Civil, Caballero Bonald pasa temporadas en la Sierra de Cádiz y en Sanlúcar de Barrameda. Sus primeras lecturas memorables son Jack London, Emilio Salgari, Robert Stevenson, José de Espronceda. Entre 1944-1948, Caballero Bonald realiza estudios de Náutica en Cádiz. Escribe sus primeros poemas.

Entabla relación con los miembros del grupo de la revista gaditana «Platero»: Fernando Quiñones, Pilar Paz Pasamar, Felipe Sordo Lamadrid, Serafín Pro Hesles, Julio Mariscal, José Luis Tejada, Francisco Pleguezuelo, Pedro Ardoy... Hace el servicio militar en la Milicia Naval Universitaria, navegando durante dos veranos por aguas de Canarias, Marruecos y Galicia. Enferma de una afección pulmonar, por lo que debe pasar una temporada en el campo de Jerez.

Entre 1949-1952, estudia Filosofía y Letras en Sevilla. Entabla relación con el grupo cordobés de la revista «Cántico». Obtiene el Premio de Poesía Platero por su poema Mendigo (1950). Y llega a Madrid «desde el voluble sur al virulento gris de un territorio donde habitaban larvas inconexas consorcios de fanáticos camarillas castrenses cohortes eclesiásticas».

Deambula Caballero por una geografía asediada de vítores y máscaras de adalides de varia mezquindad. «Eran tiempos muy oscuros, muy hostiles… Yo llegué a Madrid en 1952 y aún estaban muy presentes los lastres de la guerra: el hambre, el miedo, el frío, las zozobras… No me resultó nada fácil aclimatarme a aquella ciudad tan poco hospitalaria para alguien que como yo llegaba de su más o menos apacible rincón provinciano… Fue un aprendizaje muy difícil, muy traumático», confiesa a ABC.

En Madrid vio a «hurañas fumarolas brotando de las fauces de las alcantarillas»
En la capital de España prosigue sus estudios de Letras y trabaja en la I Bienal Hispanoamericana de Arte. Aparece su primer libro de poesía, «Las adivinaciones», accésit del premio Adonais. Años después se publican los poemarios «Memorias de poco tiempo» (1954) y «Anteo» (1956). Ejerce como secretario y luego subdirector de la revista Papeles de Son Armadans. Actividades clandestinas a través de su vinculación con Dionisio Ridruejo. Vive en París durante seis meses. En 1959 publica «Las horas muertas», libro por el que consigue el premio Boscán 

En ese Madrid «donde las alimañas trataban de medrar con más decoro que los hombres», vio Caballero a «gentes tapadas con infectos cartones periódicos grasientos» y «hurañas fumarolas brotando de las fauces de las alcantarillas», y se cruzaba con «intrusos, delatores, cómplices». «Todo eso queda ya muy lejos, forma parte de mi prehistoria de escritor, y de ciudadano, claro. Son recuerdos muy enconados, muy deprimentes, que la propia dinámica de la historia se ha encargado de ir disipando. Ya son experiencias medio difusas, proyectadas en un telón de fondo que sólo ha conservado su sentido dramático».

Las claves del desamparo
Pernocta el poeta con «perdularias provistas de alborozo de misericordia con jóvenes medusas y azotacalles de esmerada benevolencia» y se topa con «escondrijos de los perdedores de las antesalas ministeriales». 

-Tengo un recuerdo muy general, ya digo, de todo aquel Madrid de la inmediata posguerra. Son esas claves del desamparo, de las restricciones, de las penalidades de una ciudad ferozmente dividida entre vencedores y vencidos. En medio de ese clima sombrío, yo viví más bien desconcertado… Solo conseguí escapar al cabo de cuatro o cinco años, cuando ya empecé a vivir de otro modo, a enfrentarme de otro modo a la realidad. También cuento algo de eso en el libro.

Es el último superviviente de la generación poética del 50
Caballero Bonald entabla relación con los poetas que más tarde integrarían el grupo del 50 (Ángel González, Carlos Bousoño, José Agustín Goytisolo...) En febrero de 1959 asiste en Collioure (Francia) al XX aniversario de la muerte de Antonio Machado, con Blas de Otero, Goytisolo, González, Valente, Jaime Gil de Biedma, Alfonso Costafreda, Carlos Barral...

Caballero Bonald se traslada Bogotá, donde enseña Literatura Española y Humanidades en la Universidad Nacional de Colombia. Entabla relación con el grupo colombiano de la revista «Mito» (integrado por Jorge Gaitán Durán, Gabriel García Márquez, Eduardo Cote, Hernando Valencia, Pedro Gómez Valderrama y Fernando Charry Lara, entre otros), que le edita en 1961 «El papel del coro», una antología poética. Viaja por diversos países de Hispanoamérica. «Bogotá es una de mis patrias predilectas -recuerda el poeta-. Tengo varias patrias, unas más duraderas que otras, y Bogotá está entre estas últimas. Allí profesé tres años en la Universidad Nacional, allí tuve mi primer hijo, escribí mi primera novela, navegué por su gran río, me perdí por la selva, tuve amigos fraternos, etc. Nada de eso se puede olvidar. Son unos vínculos muy principales de mi historia personal y de mi literatura».

Primer naufragio
Y acaece su primer naufragio: «Cuando vivíamos en Bogotá, mi mujer y yo hicimos efectivamente una travesía fluvial por el Magdalena. Era un vapor mixto de pasaje y carga, propulsado por ruedas de paletas. Navegar por el Magdalena es muy complicado, hay muchos bajíos y aluviones, y una tarde embarrancamos en mitad del río. El barco se escoró peligrosamente y tuvimos que esperar con el alma en un hilo que llegaran a rescatarnos. La historia es muy simple, pero me gusta adornarla con los prestigios literarios de la aventura. Ya me veía nadando hacia la orilla selvática entre los cocodrilos».
Vallejo Onetti Rulfo Carpentier Lezama Borges Paz Neruda junto a los Zalamea León de Greiff Aurelio Arturo Gómez Valderrama Gaitán Valencia García Márquez Cote Charry Cepeda suponen para el autor jerezano un caudaloso brote de contestaciones puertas abiertas sellos rotos. «Como todo el mundo, yo también tengo mi listado de maestros. A efectos literarios dentro de la órbita de la lengua española, y al lado de Valle-Inclán, de Juan Ramón Jiménez, de Cernuda, de Lorca, algunas de mis máximas referencias literarias han sido hispanoamericanas: César Vallejo, Carpentier, Onetti, Borges, Neruda, Rulfo, Lezama Lima, García Márquez…»
En 1962 publica su primera novela, «Dos días de setiembre», que recibe el premio «Biblioteca Breve» de la editorial Seix Barral. La crítica de sus paisanos es feroz contra Caballero. Le acusan de «antijerezano»: «Bueno, sí, algo me dolió, sobre todo porque mis paisanos no supieron entender que también se critica lo que se ama». 

«Solo queda que se extingan los últimos andaluces profesionales»

Entre 1963-64, Caballero Bonald regresa a España, y se ocupa de diversos trabajos editoriales. Es detenido y multado por motivos políticos. Publica el poemario «Pliegos de cordel», y el libro de viajes «Cádiz, Jerez y los Puertos». Vuelve a cruzar el charco entre 1965-1968. Pasa una temporada en Cuba. Forma parte de la comisión organizadora del Homenaje a Antonio Machado en Baeza (1966), que fue finalmente prohibido por orden gubernativa. Publica «Narrativa cubana de la Revolución» (1968), y es detenido nuevamente por razones políticas, y encarcelado durante un mes en Carabanchel.

Entre 1969-1970 se publica su volumen de poesía completa, con el título de «Vivir para contarlo», y el Archivo del cante flamenco, álbum de seis discos y estudio preliminar, que obtiene el Premio Nacional del Disco. Viaja por diversos países europeos. Su libro «Dos días de setiembre», que ya había sido traducido al francés y al checo, es editado también en rumano.

Entre 1971 y 1972 Caballero Bonald comienza a trabajar en el Seminario de Lexicografía de la Real Academia Española, donde permanecerá hasta 1975, que tres décadas después le negará el pan y la sal de su ingreso: hasta en tres ocasiones fue propuesto para ser académico, y en ninguno obtuvo los votos necesarios para ser admitido en la Docta Casa; en la última se quedó a un voto. En 1973 comenzará también a trabajar como director literario de Ediciones Júcar, cargo que ocupará igualmente hasta 1975. Imparte cursos sobre narrativa en universidades europeas y asiste a simposios literarios.

En 1974 renunció al premio Barral
Publica su segunda novela «Ágata ojo de gato» (1974), que es distinguida con el Premio Barral (al que Caballero Bonald renuncia) y con el de la Crítica. Enseña Literatura Española Contemporánea en el Centro de Estudios Hispánicos del Bryn Mawr College, desde 1974 a 1978. En 1975 publica el ensayo «Luces y sombras del flamenco». Interviene en la constitución de la Junta Democrática, por lo que es procesado ante el Tribunal de Orden Público. Viaja nuevamente a Cuba, y entre 1976-77 participa en diversos encuentros literarios en Europa. Pasa largas temporadas en Sanlúcar de Barrameda, y obtiene la titulación de patrón de embarcaciones.

En 1977 publica «Descrédito del héroe», con el que obtiene nuevamente el Premio de la Crítica. Fue nombrado presidente del PEN Club español, del que dimitirá en 1980. El Centro Dramático Nacional estrena en Madrid su versión de «Abre el ojo», de Rojas Zorrilla. Recibe el Premio Pablo Iglesias de las Letras. En 1980 edita Breviario del vino, y un año después la novela «Toda la noche oyeron pasar pájaros», que recibe el Premio Ateneo de Sevilla. En 1982 se hace cargo de la edición de una antología poética de Góngora. Entre 1983-1984 aparece su antología poética «Selección natural» y su libro «Laberinto de Fortuna». Con estancias intermitentes en Estados Unidos, publica «Los personajes de Fajardo» (1986) y «De la sierra al mar de Cádiz» (1988). 

«Andalucía es ahora más consciente de su auténtica identidad»

Obtiene el Premio poético Ibn-al-Jatib, y en 1988 el Plaza & Janés con su libro «En la casa del padre». Mientras Jerez le dedica un Instituto de Bachillerato que lleva su nombre, publica la antología poética «Doble vida» (1989) y los libros «Andalucía» (1989) y «Sevilla en tiempos de Cervantes» (1992). En 1993 novela «Campo de Agramante».
-¿Es hoy Andalucía un campo de agramante?
-Andalucía ha cambiado mucho. Se han superado muchas lacras históricas, muchos tópicos impresentables, muchos desafueros sociales, aparte de todo eso que Ortega llamaba la quincalla meridional. Andalucía es ahora más consciente, creo yo, de su auténtica identidad. Sólo queda esperar que se extingan los últimos andaluces profesionales, los últimos cascabeleos, los últimos lastres de su historia social…»

«Soy un marinero jubilado»

Recibe el Premio Andalucía de las Letras. Es nombrado miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. En 1995 hace recuento de su vida y publica «Tiempo de guerras perdidas», primer tomo de sus memorias, y la antología poética «El imposible oficio de escribir». Sus sancta sanctorum lo establece en la playa de Montijo, entre Sanlúcar y Chipiona, frente a Doñana, en su amada costa atlántica gaditana. Una vez le lanzamos un mensaje en una botella preguntándole por su vocación marina.

Él estudió Náutica para seguir a sus héroes surgidos de la tinta marina de Salgari, Conrad, London, Melville... Machadianamente bueno, a Bonald el marino le fascina el mar por la libertad absoluta, por la aventura. El corazón del poeta mira la casa junto al mar, la habita en su memoria, la adivina como la abdicación del mar en las orillas, como las germinales herencias del verano, vive allí donde estuvo junto al mar delirante, libre velocidad inmóvil orillada de fuego, bosque lustral de la alegría.

-¿Es ya un marinero sosegado?
-Lo que soy es un marinero jubilado. Se me pasó la edad de andar por ahí en un velero bregando con el viento. Además, la navegación a vela exige estar todo el tiempo trajinando a bordo, y eso a mis años ya no me atrae mucho, aparte de que sería un trabajo imposible.
-¿Qué le apasionó de la Náutica?
-Esa afición tuvo un arranque netamente literario. Fui lector asiduo de novelas ambientadas en el mar. Empecé con Salgari, con las aventuras de Sandokán, y con «El lobo de mar», de Jack London, y terminé con Conrad, Melville, Stevenson... Un día se me ocurrió estudiar Náutica y hacerme piloto de altura para poder emular a los héroes de esas narraciones inolvidables. Algo así de novelero, o inocente.

Segundo naufragio
Tras el de Bogotá, el segundo naufragio de Caballero Bonald sucedió en plena desembocadura del río Guadalquivir, a bordo de su propio velero «Ágata».
-Ese naufragio, o ese sucedáneo de naufragio, en el Guadalquivir, fue un incidente debido a mi inexperiencia de entonces. Íbamos navegando por la desembocadura y de pronto apareció un barco de buen tonelaje que bajaba de Sevilla. Los grandes cargueros desalojan, al pasar, un considerable volumen de agua y si te cruzas con uno de ellos lo mejor es ponerle proa a la estela del barco. Yo no lo hice, y la onda expansiva nos arrastró hasta la orilla. La cosa no pasó de un buen susto.

Es hijo predilecto de Jerez, Cádiz, Andalucía
Un código secreto marino estipula que quien sobrevive a tres naufragios tiene ganada la inmortalidad. Para Caballero Bonald, ese estatus sería engorroso: «Por supuesto. Conozco a marineros que han sobrevivido a tres naufragios y andan por ahí como almas en pena, sin rumbo fijo. Hasta hace poco me gustaba hablar con ellos; ahora ya no, me deprimen bastante. Y además, yo ya no voy a naufragar por tercera vez, porque ya no navego. La idea de la inmortalidad, aparte de engorrosa, me parece insufrible, me produce un vértigo espantoso».

Una de las cosas que más orgullo le causan fue la creación, por el Ayuntamiento de Jerez, de la Fundación Caballero Bonald. Es también Hijo Predilecto de Andalucía. Tras el poemario «Diario de Argónida», entre 1998-2000 vio la luz la antología poética «Poesía amatoria» y la selección de textos «Copias del natural». Hijo Predilecto de la provincia de Cádiz, recibió asimismo la medalla de oro del Círculo de Bellas Artes (Madrid) y el Premio Julián Besteiro de las Artes y Letras.

En su pasión marcopoliana por los viajes y descubrir nuevas sensaciones, Pepe Caballero Bonald transitó por Japón, Italia y Marruecos, impartiendo cursos e interviniendo en diversas jornadas. Nombrado Hijo Predilecto de Jerez, en 2001 publica el segundo volumen de sus memorias, con el título de «La costumbre de vivir». Y un año después, el libro de prosas «Mar adentro» y el estudio José de Espronceda. En 2003 escribe los guiones de los 250 capítulos de la serie documental «Andalucía de Cine», dirigida por Manuel Gutiérrez Aragón y producida por Juan Lebrón, para la Radio Televisión Andaluza.

En 2004 edita su obra poética completa, con el título «Somos el tiempo que nos queda», en la editorial Seix Barral. Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cádiz, fue galardonado con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Publica la antología poética «Años y libros» (selección elaborada por el propio autor y por Josefa Ramis Cabot, e introducida por Luis García Jambrina) y el libro de poemas «Manual de infractores», distinguido con el premio Internacional Terenci Moix al mejor libro del año.

Lloviendo premios
Caballero Bonald regresaba a la poesía tras una década de silencio con «Manual de infractores», obra de plena madurez con carácter testamentario. El poeta porfía con la cruda realidad. Reivindica el «poder terapéutico» de la poesía frente a un mundo «asediado de violencias y tribulaciones, guerras inicuas y menosprecios a los derechos humanos». Y está convencido de que respetando los «derechos fundamentales de la Humanidad se resolverían todos los desmanes y falacias».
Por su «libertad interior y la decencia de su mensaje, por su carga ética, extensa e intensa obra» se le concedió el premio Gabarrón de las Letras. Y suma y sigue Caballero: Premio Nacional de las Letras, y Nacional de Poesía. Hace cinco años publicó en Seix Barral su poesía completa: «Somos el tiempo que nos queda» (1952-2005) y en Galaxia Gutenberg una antología con el título de Summa Vitae prologada por Jenaro Talens.

La editorial Visor publica Poesía amatoria. Nueva edición aumentada (1952-2005). Con un espléndido estudio introductorio de Joaquín Pérez Azaústre, aparece una nueva edición de «Descrédito del héroe» en la Editorial Bartleby. En 2008 Vitruvio publica una selección de sus poemas realizada por Pablo Méndez: Casa junto al mar. En 2009, una nueva entrega de su poesía se publica en Seix Barral con el título «La noche no tiene paredes». Es reconocido con el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca- Ciudad de Granada.

Contra la intolerancia
—¿Qué intolerancia, querido maestro, observa hoy que puede ser más perjudical para el ser humano?
La intolerancia frente a las libertades. Ahí, en esa intolerancia, están incluidas la injusticia, la insolidaridad, el fanatismo, el dogmatismo…
—Y las ideologías, ¿han muerto como sistemas de ideas falsos?
—Me gustaría pensar lo contrario, pero las ideologías se han ido diluyendo en el pragmatismo. A lo mejor, como tal ideología, sólo queda la que llaman en el despacho oval «ideología malvada». En general, los sistemas de ideas políticas no pasan hoy de responder a gestiones puramente administrativas.

«Hay que desenmascarar a los falsos ídolos en su pedestal»

Caballero Bonald propone desenmascarar «a los falsos ídolos, a los héroes de pacotilla, a los pobres diablos que andan por ahí en su pedestal. Ya se sabe, por otra parte, que el escritor siempre debe oponerse al poder, ejercer de crítico del poder, de todo poder, venga de donde venga». En «Manual de infractores», el escritor jerezano proclama: «Hay que ser desobediente incluso con la tradición». 

-¿Qué modelo de vida nos vale, entonces?
-Ignoro qué modelo de vida es el que habría que elegir. A estas alturas ya no está uno para andar eligiendo modelos, se me pasó la edad de perder el equilibrio. Caballero Bonald retornaba a la poesía porque necesitaba oponerse a ciertas situaciones sociales que detesta, un asunto de crítica de la vida. «Y me valí para ello de la desobediencia, del repudio a lo establecido, a lo convencional, al gregarismo, a la sumisión... Siempre me ha ocurrido un poco así a la hora de escribir poesía. Necesito estar en profundo desacuerdo con algo para oponerle el contrapeso de la literatura. Eso me alivia mucho, me devuelve ciertas energías...»
Los lectores de Caballero Bonald se declaran estupefactos ante la pulcritud de su verso, la precisión de su lenguaje, la conmovedora distancia de su melancolía. Necesitamos más existencialismo: «El existencialismo viene a ser un acto de libertad para definir la propia vida y eso no ha perdido vigencia». 

«La verdad poética es una utopía»
Una vez Caballero Bonald se sintió abandonado de hallazgos (pese a su lucidez poética, exactitud, crítica y exigencia), deshabitado de inspiración: «Yo procuro que la poesía ocupe más espacio que el texto propiamente dicho, que las palabras signifiquen más de lo que significan en el diccionario. Y por ahí ando. Si a mi edad no hubiese alcanzado la madurez es que tenía que haber cambiado de oficio, ¿no cree?»

Huir de las sectas
No creo. Antaño y hogaño se habló de diversas poesías e incluso de sectas. ¿Cómo consiguió huir de ese follón Caballero Bonald?
—Esas cosas pasan siempre. Pequeñas rencillas, pláticas de familia. La verdad es que no estoy muy enterado de eso. La poesía es plural, hay muchas clases de poesía, y cada uno debe escoger un camino que no coincida demasiado con otros.
—¿Cómo ve hoy la poesía?
—No la veo ni bien ni mal. Me temo que no soy un buen observador.
—¿Cómo se pierde la fe en la poesía?
—Pues se pierde de buenas a primeras. Un día te acuerdas de que has escrito poesía y te preguntas que por qué lo has hecho, a santo de qué. Y ahí te llega la depresión y abandonas. Yo me he pasado más de diez años sin escribir un poema. No me hacía falta escribirlo. Pero, de repente, otra vez vuelve esa necesidad... En fin.
—Usted está en absoluto desacuerdo con el orden universal y propone la lucha de la infracción contra lo establecido. El pensamiento crítico se enfrenta al pensamiento único. ¿Hay que reivindicar la verdad poética?
—La verdad poética es una utopía, pero como toda utopía es una esperanza consecutivamente aplazada; habrá que seguir buscando por ahí. La verdad no es previa al poema, sino que se genera a medida que se escribe el poema.
—¿La novela la tiene desplazada de sus predilecciones actuales?
—No sé, hoy por hoy, la novela me atrae poco, incluso como lector. Pero eso es más bien una cuestión de estado de ánimo, de afición.
Memorias y guerras perdidas

En «Tiempo de guerras perdidas» Caballero Bonald revisó sus memorias y no calló nada. -Algunos amigos se enfadaron con él:
-No, no fue exactamente duro escribir las memorias. Incluso a trechos fue una gozada, lo pasé en grande. Pero también me angustié un poco, claro. Me dije que si yo era crítico conmigo mismo y me inculpaba de cosas que había hecho y no me agradaban, ¿por qué no iba a actuar del mismo modo con los demás? Así que los que se enfadaron tendrían sus razones, porque yo no me callé nada de lo que pensaba.

José Manuel Caballero Bonald es un marinero en tierra sosegado. Su cuaderno de bitácora dice que ha sobrevivido a dos naufragios. Un código secreto marino estipula que quien sobrevive a tres naufragios tiene ganada la inmortalidad eterna. El tercero ha sido el premio Cervantes.

Fuente: www.abc.es