Cuando nos retiramos a nuestro dormitorio, mientras se desvestía, Natalia pronunció, en fin, una combinación de palabras equivocadas: "A vosotros os divierten mucho las estupideces, ¿no?". Aquella frase no sólo me ofendía, aunque eso era lo de menos a esas alturas, sino que ofendía a mi mundo: te pasas la vida construyendo un castillo de arena y, de pronto, llega alguien, lo desbarata de una patada negligente y te dice: "He desbaratado tu castillo asqueroso, ¿pasa algo?". Y por supuesto que pasa. A partir de ese instante, todo quedó claro: se trataba de destruirnos el uno al otro en el menor tiempo posible y sin dejar torre en pie, y les aseguro que los dos nos empleamos a fondo en la tarea, porque nadie sale de un matrimonio como quien sale del cine (es decir, con el ánimo agradecido por el regalo fugaz de una ficción), sino como quien sale de una barraca de espejos deformantes (es decir, con una visión grotesca de sí mismo: monstruo mezquino de las piernas cortas, de la barriga de tonel, de la cabeza oval, de los brazos que arrastran por el suelo, gritándole a otro monstruo parecido).
Lo demás ya pueden imaginarlo: cuando en una relación amorosa se instala el rencor, a ver quién es capaz de espantar esa corneja que ha sido desollada viva, que tirita en carne viva. A ver quién echa de su madriguera ese animal al que le duele incluso el aire.
Felipe Benítez Reyes: Mercado de espejismos. (Premio Nadal 2007)