Érase una vez una familia pobre y otra rica. La familia pobre no tenía ni para comer, ni para vestir... En fin, no tenían para nada pero eran muy felices porque los padres tenían unos vecinos que eran muy buenos con ellos. El niño pobre tenía muchos amigos que eran como él, igual de pobres.
La familia rica, como tenía mucho dinero, podía comprar muchas cosas, por ejemplo: comida, ropa, zapatos, juguetes, etc. Pero lo que el niño rico no tenía eran amigos.
Siempre que salía a jugar, el niño rico se ponía chulo porque él lo tenía todo para jugar: pelota, patines, videojuegos... Pero jugaba solo porque no tenía amigos, y eso es más importante que el dinero.
Los niños pobres a lo único que jugaban era a juegos divertidos pero que no se compran, como al escondite, al pilla pilla, a policía y ladrón... En fin, juegos simples. Mientras ellos jugaban, el niño rico se quedaba mirando.
El niño pobre, que no era para nada rencoroso ni envidioso, le dijo al niño rico que si quería jugar con ellos, porque les daba pena a todos que se sintiese solo y aburrido. Se pusieron a jugar y se hicieron amigos, y el niño rico aprendió una buena lección: que el dinero y la amistad no tienen nada que ver. Y todos fueron felices.
Nora Bouzid (2º E ESO)