24 de marzo de 2012

Alumnos de 2º A ESO en busca del tiempo perdido

Marcel Proust
Y de pronto, recordé muchas cosas que yo viví cuando era pequeño. Recordé a mi tía Leoncia cuando me ofrecía un pedazo de magdalena mojado en su infusión de té o de tila, los domingos por la mañana, en Combray, porque ese día siempre subía a su cuarto a darle los buenos días antes de irme a misa.

Y cuando reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado en tila que mi tía me daba, recordé la vieja casa gris donde estaba su cuarto, y el jardín, y recordé el pueblo, desde la hora matinal a la vespertina, y en otros momentos del día. también vinieron a mi memoria la plaza, donde iba antes de almorzar, y las calles por donde iba a hacer los recados, y los caminos por los que jugábamos cuando hacía buen tiempo. Y también recordé las flores de nuestro jardín, y las del parque del señor Swann, y las buenas gentes del pueblo, y sus viviendas chiquitas, y la iglesia, y Combray entero y sus alrededores. Todo eso, el pueblo, los jardines y los recuerdos, van saliendo de mi taza de té.

Marcel Proust. Un mundo perdido (Adaptación para Educación Primaria)


La asociación del sabor del chocolate con los recuerdos de la infancia es la base de esta actividad creativa en la que los alumnos disfrutaron de lo lindo evocando sus vivencias y saboreando chocolatinas y chocolates en abundancia.


Alumna: Hanan Bagdad.
Un día fui a casa de mi abuela y preparó un delicioso bizcocho de chocolate. Al probar un trocito, recordé el día en el que mi madre iba a dar a luz a mi hermana y un día antes preparó un delicioso bizcocho de chocolate con cacao y té. Al día siguiente tenía revisión del embarazo y le dijeron que el bebé estaba bien y que ya era hora de que naciera. Así que mi madre vino a casa para recoger sus cosas e irse al hospital. Yo me sentí triste y preocupada por ella y por el bebé pero papá me dijo que todo iba a salir bien y me dio un beso. Así fue, todo salió bien. Pasaron los días y le puse el nombre de Ikram.

Alumna: Zana Herrada.
Recordé de pronto que yo tenía una vecina que siempre me daba chocolate cuando pasaba por su puerta. Me llamaba, entraba a su casa y nos sentábamos, hablábamos y mientras tanto comíamos chocolate. Un día esa vecina se puso enferma. Yo iba por su casa a ver cómo estaba. Más adelante me dijo mi madre que se había muerto. Desde ese día, cuando como chocolate, me acuerdo de ella, cuando me miraba con su sonrisa. Cuando saboreo chocolate, me viene su sonrisa a mi mente.

Alumno: Hamza El Kabir Mohamed.
Me recuerda cada tarde que venía mi padre de trabajar y me traía un Kinder. Yo me lo comía para merendar. Recuerdo el momento en el que me tocaba el juguete. Todos nos poníamos contentos. ¡Qué momentos tan felices! Mi casa, el patio, mi hermana; todo lo que vivimos fueron tiempos felices. Era verano. Mi madre nos hacía una taza de chocolate y la dejaba enfriar en la ventana. A veces nos hacía helados porque hacía mucho calor. Mi favorito era el de vainilla.

Alumna: Romaisa Hammou Mohamed.
Me recuerda cuando era pequeña y siempre iba a casa de mi tía y de mi abuela. Mi tía me llevaba a mi habitación. Me tapaba los ojos y después me daba una bolsa llena de chucherías, que se la mandaba mi tía de Noruega. Ya nadie me da chocolatinas ni chucherías porque dicen que soy mayorcita. Pero eso es lo menos porque la única que me daba chocolatinas no está con nosotros porque se murió. Siempre seguirá en mi mente.

Alumna: Mimona Abdel-lah Mohand.
Desde que tengo uso de razón, siempre hemos tenido una pequeña costumbre en mi familia. Consistía en que siempre que uno de los primos veía al abuelo le daba un beso y le decía lo mucho que le queríamos. Después de eso él hacía un pequeño truco de magia y nos sacaba de detrás de la cabeza una chocolatina o un buen dulce. Así ha sido hasta hace tres años. Un día muy lluvioso, recuerdo que era 23 de noviembre, cuando salí del instituto e iba camino de casa de mi abuelo, me enteré de que había muerto cinco minutos antes de mi llegada. De pronto un silencio me envolvió por un segundo. Me volví sorda y solo me venían recuerdos de aquel hombre tan maravilloso, tan simpático y agradable. 

Le cerramos los ojos, le tapamos la cara con la sábana, le dimos un beso en la frente y le dijimos que le queríamos. Después de eso recogimos todas sus pertenencias y de pronto encontramos un bolso lleno de chucherías y una nota que decía: “Para mis nietos, que tanto me han demostrado su amor por tantos años”. 

En la lápida de su tumba le escribimos que siempre tendría un beso y un te quiero al alba. Aún seguimos con esa tradición, cuando estamos entre los familiares, comemos chocolatinas y recordamos a ese ser tan maravilloso al que tanto queremos.



Grupo 2º A ESO

2011-12