20 de mayo de 2015

El triunfo de la vida (XI)


Al anochecer, Salim entró en la habitación para dormir, y encontró a Casandra sentada detrás de la puerta, llorando. Salim le dijo:
- Tengo sueño; tuve un largo viaje, y si quieres seguir llorando sal del cuarto. No te quiero ver.

Casandra no entendía nada. No entendía por qué Salim se casó con ella para después tratarla así.

Casandra salió del cuarto y continuó llorando en un patio trasero de la casa. Allí se quedó dormida.

Al amanecer, el suegro de Casandra se levantó a las seis de la mañana y la vio dormida en el patio. No aguantó verla así, y la despertó. Al despertar, Casandra se sintió muy avergonzada.

- Hija, tú no deberías seguir viviendo de esta manera. Eres joven, bella, y lo siento mucho por mi hijo, pero él es así. Tú no mereces ese trato, -le dijo el suegro.

Después de la charla, el suegro cogió cien dólares y se los dio a Casandra para que escapara. Casandra se lo agradeció y se fue corriendo. No tenía dónde ir, pero gracias a ese dinero pudo escoger un hotel por dos días, porque el dinero no llegaba para más.

Al día siguiente salió a buscar un cobijo para pasar las noches. Por las mañanas, vagabundeaba y buscaba comida, pero pronto se encontró muerta de hambre y de frío. Entonces decidió robar comida.

Un mes después, Casandra cumplió veintidos años. Robaba comida y se escondía en callejones para pasar la noche. En aquella ciudad empezó a ser conocida como "la ladrona de comidas", y era perseguida por la Policía.

Casandra encontró una frontera. Sabía que tenía que cruzar, pero no tenía papeles ni nada. Se puso la última en una fila, toda despeinada, con un vestido triste y viejo, pero conservaba sus ojos, en los que se perdían todos los que la miraban. Cuando le tocó su turno y el policía la miró, sintió un mundo lleno de trsiteza y nostalgia.

- Veo una tristeza inexplicable en tus ojos, -le dijo el policía.- Dime qué necesitas, muchacha, que yo haré lo que sea por ti.

- ¿Me podrías devolver cinco años atrás en mi juventud? -respondió Casandra, mientras las lágrimas se derramaban por sus mejillas.


(Continuará)


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Asmae Bouzarioh Lahbib

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