6 de abril de 2014

El día prometido

Nací en un mundo salvaje, lleno de animales sedientos de poder. En esta selva la única ley que importaba era la del más fuerte. Desgraciadamente, sólo era una oruga, un mísero bicho que puede ser aplastado fácilmente. Y además, era el alimento preferido de muchos. Mi débil cuerpo era deseado por aquellos que mandaban allá arriba. Muchas veces estuve presente mientras uno de mi especie era desgarrado sin misericordia alguna, veía cómo su carne se hacía trizas entre las garras de esas bestias. A diario vivía aterrorizada porque no sabía qué me iba a deparar el futuro, a lo que todos llamaban destino. No quería pensar ello, prefería ignorar lo que me iba a suceder, pero era consciente, no podía escapar. Desde pequeña me inculcaron que todo esto debía ser así. Yo estaba en el eslabón inferior, yo era la presa. Mis primeros recuerdos eran de un hogar diminuto en la rama de un árbol mustio cuyas hojas siempre estaban podridas. Era hija y hermana, de eso estaba segura, pero desconocía todo ello. Lo único que recordaba era abrir mis diminutos ojos y no ver nada, porque todo estaba oscuro. Los olores que nadaban en el aire eran pesados y desagradables, bajo mi cuerpo, lo único que palpaba era una corteza dura y de tacto áspero. Cuando salí al mundo exterior, la cosa no cambió mucho. Me encontraba bajo muchos árboles de gran tamaño que no dejaban llegar los rayos de luz al suelo, por lo que los alimentos de los que yo iba a disponer iban a ser escasos. Desde pequeña iba vagando de hoja en hoja y conocía a muchos otros pequeños animales. Todos me hablaban de aquellos que se encontraban por encima de las copas de los árboles. Poco a poco, mis conocimientos se iban unificando. De lo que me había dado cuenta era que yo no era nada, sólo una más en un mundo inmenso y cargaba conmigo muchas normas que debía cumplir. Me hablaron de los innombrables, eran aves majestuosas pero malvadas, se apoderaban de todo aquello que querían y nunca nadie se podía interponer. Nosotros teníamos que ser su alimento, debíamos intentar vivir nuestras vidas aun conociendo nuestro trágico final. Teníamos que seguir el orden de la naturaleza. Nosotros, los más insignificantes, luchábamos por sobrevivir. Me había de arrastrar por húmedas plantas en busca de alimento para subsistir hasta el momento en el que, por capricho de un ser al que todos alababan, mi destino me diera muerte con la única visión de un esbelto cuerpo cubierto por el plumaje teñido de la oscuridad que me aguarda.

Conocía muchas cosas nuevas de este mundo, pero no entendía la causa. No entendía por qué mi futuro tenía que ser ese, por qué no era libre, por qué unos seres que no conocía iban a conducirme hacia la muerte de esa forma. Conocía las normas pero desconocía el motivo por el cual yo debía cumplirlas.

En uno de mis viajes por aquella selva inmensa, me encontré con seres de mi misma especie. Me invitaron a formar parte de su pequeña comunidad. Tenían como lema que la unión hacía el poder, peor yo sólo veía un buffet para las abominables criaturas. Tras varios días viviendo con éstos, fui adaptándome a su forma de pensar. Acepté mi destino y dejé de pensar los motivos y las causas. Empecé a trabajar y a buscarme la comida como una más. Ayudaba en lo que podía y convivía como podía.

Pasaron los años y mi vida era muy monótona, parecía un ciclo infinito en lo que todo se repetía una y otra vez, mis mañanas, tardes y noches eran simples “deja vu”. Hubo momentos en los que me sentía agotada, quería vivir, porque me sentía muerta, hacía lo que me mandaban pero no era lo que yo deseaba, no sentía vida dentro de mi cuerpo, era una esclava sin dueño, o eso creía. 

Un día, nos invitaron a una reunión dentro de un nido hecho con pelos, plumas y hojas secas. Estábamos todas reunidas y al frente, encima de una ramita, posaba un viejo oruga. Todos decían que él estuvo frente a esas caprichosas aves para negociar paz y protección para su especie. Él era nuestro salvador, o eso decían, y nunca llegaríamos a ser como él. Además, era muy generoso y no le importaba compartir su sabiduría con nosotros. Y eso es lo que intentaba hacer en ese momento. 

Empezó su discurso saludándonos cordialmente. Varias orugas cuchicheaban emocionadas, y otras orugas más jóvenes andaban mordisqueando las hojas secas. Tras el saludo, todos se callaron y un silencio frío ahogó la “sala”. El sabio dio paso a su discurso: “Queridos amigos y familiares, os he convocado hoy para informaros de las nuevas decisiones de aquellos que mandan allá arriba”. La “sala” volvió a alborotarse, todos temblaban al oír hablar sobre los majestuosos. Provocaban un miedo atroz en todos nosotros y era inevitable no pensar en la muerte siempre que se hablase de ellos. El sabio pidió silencio y siguió su discurso: “Amigos, amigos, cálmense. Les traigo muy buenas noticias, en realidad. Los monarcas me han proporcionado una oferta imposible de rechazar”. Empezó de nuevo el ajetreo en la sala, pero esta vez no era miedo, era una mezcla de alegría y curiosidad. Esta vez, mandaron a callar los guardaespaldas del sabio. El viejo oruga se acomodó, mojó un poco sus labios con saliva, pidió agua y se quedó en silencio, pensativo. Los demás empezaron a preocuparse. En ese momento pensé que algo nos escondía. 

El sabio se levantó de la ramita y se acercó a nosotros con una sombra que cubría toda su cara, parecía estar nervioso y pude notar que sus ojos lagrimeaban. Se paró en medio de todos, se sacudió la cabeza y dijo: “Sé que todos tenéis miedo de nuestro destino, sé que estáis cansados de ver cómo cada día muchos de vuestros parientes son devorados por nuestros amos, sé que pensáis que no lo podemos cambiar, y es verdad, así es. Pero, he pensado que si las muertes no se hicieran todos los días, nos dolería menos. Quiero decir…Los majestuosos piensan que es mejor si nos sacrificamos sólo un día a la semana. Lo haréis por vuestra propia voluntad, pero, si nadie cede, es posible que se utilice mano dura. El caso es que, todos los domingos, cada miembro de cada familia será sacrificado…” Todos en la “sala” se levantaron sollozando, el ruido era atroz, era una mezcla de llantos, gritos de almas desesperadas que pedían compasión, una salvación, rogaban por vivir, sólo querían disfrutar de ese regalo, de la vida. Los guardias personales empezaron a disolver la reunión golpeando a las orugas con una especie de armas hechas por ramitas con una piedra puntiaguda en la punta. Todos corrieron a sus casas, pero los sollozos y gritos no cesaron. El sabio gritó desde la rama donde se encontraba la sala de reuniones, “Nadie podrá negarse, es vuestro deber, es vuestro destino y no podéis escapar”. 

Pasaron los días y los sacrificios de los domingos se cumplían tal y como mandó el sabio. Nadie más en aquella especie de aldea volvió a sonreír, ahora las rutinas eran aún más pesadas. Sentía que vivía un infierno. No era la única que se sentía muerta en vida, todos empezaron a sentir las mismas miserables punzadas que golpeaban el corazón y que te hacían llorar sin querer. 

Cierta tarde de un cielo que no puedo ver, pero que imaginaba como todos los demás, empecé a deslizarme por la orilla de un río. Deseaba caerme accidentalmente, me gustaba la idea de morir de ese modo. Sería mucho mejor que morir entre el pico de una de esas malditas criaturas. Pero la idea del suicidio no me llenaba, no sería capaz, me enseñaron que estaba mal, que eso es controlar el destino y que sería una pecadora. A veces, cuando me ponía a pensar sobre las historias que me contaban mis maestros, historias recogidas en un tronco de un árbol que llamamos Chrona, que todos nuestros ancestros estuvieron escribiendo durante años y años, me reía a carcajadas por lo ridículo que me llegaban a sonar, pero no me atrevía a decírselo a nadie, seguramente me tacharían de traidora y me matarían ente todos. 

Las semanas siguieron pasando y todos los domingos se oían de nuevo los sollozos y los alaridos de las almas desesperadas. Yo no tenía familia, seguía siendo una oruga solitaria, pero la simple idea de ver esas situaciones me desgarraba el corazón, mi sangre vibraba y la sentía hervir, mi cuerpo temblaba y me sentía imponente, y como una cobarde salí corriendo.

Cuando recuperé el sentido, me encontraba sentada encima de una piedra fría, varias mariquitas y hormigas me rodeaban. Seguí mirando a las hormigas, me fijé en cómo trabajan en equipo, en todo lo que habían construido, en cómo se protegían y se cuidaban la una a la otra. En ese momento me di cuenta de todo. Yo podría hacer lo mismo con mi aldea, nosotros podríamos hacerles frente a todos, si nos unimos contra ellos podríamos dar un paso. Pero eran mucho más fuertes, ellos volaban, vivían en lo alto de las copas de los árboles, surcaban los cielos y lo veían todo. ¿Qué podría hacer? Una simple y desdichada oruga. Intenté calmarme y pensar bien en lo que quería hacer. Tenía miedo de equivocarme, pero algo debía hacer. Recordé que desde un principio yo no me encontraba en el mismo sendero que todos. Mis ideas eran diferentes pero ellos me manipularon. Ahora, tenía la posibilidad de volver a retomar todas esas ideas e intentar responder a las preguntas que siempre me había hecho. ¿Por qué debíamos cumplir las órdenes de individuos ajenos? ¿Por qué se creían superiores a nosotros? ¿Por tener alas? ¿Por qué teníamos que aceptar ese destino, quién lo escribía? ¿Por qué no somos libres? ¿Por qué trabajamos para otros? ¿Por qué todos nos mandan y nadie nos da explicación alguna? 

Ese mismo día, volví a la aldea. Los sacrificios ya hacían acabado, la plaza se encontraba vacía, apenas algunas mujeres tendieron unas hojas y unas bellotas a secar. Me subí a una pequeña piedra y llamé a todos mis vecinos. Durante varias horas estuve haciéndoles esas preguntas y otras más. Todos quedaron boquiabiertos y confundidos en un principio. Luego empezaron las carcajadas y los comentarios ofensivos hacia mí. Pero no me rendí, seguí insistiendo. Exigía respuestas y nadie conseguía dármelas. Las mujeres empezaron a llorar, los hijos intentaban consolarlas. Muchos hombres me amenazaban para que me bajara y me fuera a mi casa. Yo no iba a ceder, necesitaba respuestas y no me iba a rendir hasta conseguirlas.

Cansados, todos se sentaron y mantuvieron silencio. Estuvimos así largo rato y se volvieron a levantar en orden, uno tras otro. Conforme se iban levantando, iban formulando nuevas preguntas, nadie podía afirmar nada, pero al menos había conseguido hacerles pensar, dudar y buscar respuestas como yo. Estaba anocheciendo y decidimos retomar el tema a la mañana siguiente.

Unos golpes en mi puerta me despertaron. Era un vecino, me dijo que todos me estaban esperando en la plaza, que el tema de ayer debía tener una conclusión. Y esa era mi intención, acabarlo. Estuve pensando en el tema durante toda la noche, y ya sabía la respuesta a todas esas preguntas. 

Llegué a la plaza, todos me miraban con ojos de esperanza, confusión, tristeza…rogaban compasión. Volví a subirme a la piedra y proseguí: “Os he vuelto a reunir aquí para daros la respuesta a todas vuestras dudas, os lo diré de manera muy breve, y espero que me entendáis. Nada importa, todo da igual, todo es mentira, esas órdenes, ese destino, esas teorías, esas historias, falso, todo falso.” Los vecinos se quedaron aún más confundidos, todos querían seguir preguntando, sentían que su cabeza iba a estallar, lo único que había hecho era provocarles más dudas. Nadie entendía que “Todo es mentira”. Carraspeé y pedí silencio, volví a alzar la voz, firme y clara: “No tenemos tiempo que perder preocupándonos por buscarles respuestas a esas preguntas. Os digo, señores, que todo lo que ellos no han estado metiendo en la cabeza es mentira, nada de eso es verdad, creedme. Lo que debemos hacer ahora es destruirlos. Nos han engañado, nos han manipulado, debemos cambiarlo todo.”

Durante todos esos días, estuvimos planeando qué hacer para destruir el trono de la monarquía. Nos reunimos en pequeñas comunas y nos comentábamos las ideas. Surgían pensamientos revolucionarios y rebeldes, lo cual me llenaba de alegría, porque estábamos cambiando. Tras varias horas de reflexión, nos dimos cuenta de que nuestros débiles cuerpos no iban a conseguir ninguna victoria frente a los cuervos, debíamos usar nuestra mente. Sólo teníamos dos opciones, huir como cobardes o manipular a los cuervos. No sabíamos cuál escoger, así que decidimos cumplir las dos. Nos dividimos en dos grupos, uno iba a huir en busca de la libertad y otro, se plantaría frente a los majestuosos.
Pocos días después, nos llegó la noticia de que los que simplemente querían huir habían sido devorados. Eso nos hizo comprender que no debíamos ignorar las fuerzas que nos controlaban, no podríamos ser libres simplemente huyendo. 

En una mañana fría y seca me levanté decidida para plantarle cara al rey de los cuervos, pero no podría conseguirlo, no tenía alas, no iba a conseguir nada, sólo era una simple oruga sin poder alguno. Pero mi corazón ansiaba esa libertad, tenía sed de libertad, lo deseaba, no quería seguir siendo una esclava de normas estúpidas. 

Empecé a deslizarme por el trono de un árbol con la intención de llegar a la copa, donde decían que estaba el castillo del rey de los cuervos. No sé cuánto tiempo pasó, pero se me hacía infinito. Estaba agotada y hambrienta. Me había alejado de las hojas del suelo y tampoco llegaba a las hojas de las ramas. No me quedaba más que seguir subiendo para sobrevivir. 

Cuando llegué a la copa, el ambiente era aún más oscuro, y el olor era horrible, encontraba pequeños trozos de animales muertos y no quería imaginar de qué podrían ser. Aguanté la respiración y profundicé en la copa del árbol donde cada vez olía peor. Llegué, era un nido inmenso, hecho de pelos, plumas, piel…era horrible. Tragué saliva y me adentré aún más. Con cada paso mi corazón se ajetreaba aún más, en pocos segundos me iba a encontrar frente a la muerte y seguramente, sería mi perdición. 

“¿Qué deseas pequeña oruga? No tengo hambre por lo que puedes volver por donde has venido.”, dijo una voz grave y siniestra. Carraspeé y tomé aire, iba a dar comienzo a una conversación con el rey de las tinieblas. Le dije que mi nombre es “Wenry” y que mis deseos eran los de hacerle varias preguntas que daban vueltas en mi cabeza. Sorprendentemente, me dio permiso. Comencé a mostrarle mis ideas, abrí mi mente hacia ese cuervo y él sólo parecía callar y escuchar. Sentía que mis palabras tenían poder, me sentía viva. Le exigí respuestas pero sólo me observaba por sus oscuros y saltones ojos. Cansada, le dije: “Todo esto es una mentira, nos controlas a tu placer y crees que no podemos pensar por nosotros mismos. Tú eres el que no existe, tú eres nada, eres una realidad falsa.” El cuervo estiró sus alas y se acercó a mí amenazante. Y dijo “No es mi culpa que tengáis una mentalidad de rebaño, vosotros os llevasteis por este camino, vosotros creísteis en mis palabras, vosotros os mentís, sois unos hipócritas.”. “Te equivocas”, le dije, “Hemos cambiado, no creemos en ti, se acabó tu poder.” El cuervo salió del nido e intentó mirar al cielo, pero no pudo, las ramas lo tapaban, y dijo “Sólo quería alcanzar ese mundo”. Me reí y me miró curioso, “No existe nada más que este mundo”. Se acercó a mí y me atrapó entre sus garras, ese era mi fin…Quiso volar y traspasar las ramas del árbol. Trágicamente, una rama le arrancó un ojo y cayó directamente al suelo, yo cerré los ojos y sentía que era mi fin junto al suyo. 

El cuervo no murió por el golpe, sus huesos eran huecos, pero no se quiso levantar, abrió sus garras y me liberó, me pidió que me acercara y me dijo: “Tienes razón”. El cuervo cerró los ojos y yo me posé en su pico. Ya no respiraba. Lo había conseguido, había acabado con esa mentira. De entre los arbustos empezaron a aparecer más orugas que se acercaban al cuervo que yacía bajo mí. Entonces le dije “Esta es nuestra hora, creemos nuestro mundo, ya somos libres”. Todos nos quedamos en silencio y una pequeña capa de pelusa empezó a rodearnos hasta que nos cubrió por completo. Pasados unos meses, el caparazón empezó a romperse, unas nuevas alas estaban asomando, era nuestra llave hacia la libertad.

Radia Dakhchuone
2º Bachillerato