Una hormigueante sensación placentera, hacía tiempo olvidada, me recorrió el cuerpo a menudo durante esta excursión. Un recodo del camino, un accidente súbitamente reconocido me hacían evocar tiempos pasados, y se asociaban con la alegría de mi adolescencia. El mismo viento susurraba de forma tranquilizadora, y la naturaleza maternal me pedía que dejase de llorar. Después, cesaba este influjo benefactor, me atenazaba nuevamente la aflicción, y me sumía en el completo dolor de mis reflexiones. De modo que espoleaba al animal, tratando de olvidar el mundo, mis miedos y, sobre todo, de olvidarme de mí mismo.
Mary Shelley: Frankenstein.