20 de diciembre de 2010

El mundo perdido

El lugar era un nido de pterodáctilos. Había centenares de ellos, congregados ante nuestra vista. Toda el área del fondo alrededor de la orilla del agua pululaba con los jóvenes pterodáctilos y sus hediondas madres, que estaban empollando sus huevos amarillentos y correosos. De esta masa de obscena vida de reptiles que se arrastraba y aleteaba surgía el espantoso clamoreo que llenaba los aires y el horrible, mefítico y rancio hedor que nos daba náuseas. Pero arriba, cada uno posado en su propia roca, altos, grises, macilentos, más parecidos a ejemplares muertos y disecados que a seres llenos de vida, estaban los horribles machos, absolutamente inmóviles salvo por el rodar de sus ojos rojos o cuando ocasionalmente hacían chasquear sus picos semejantes a ratoneras para coger a alguna libélula que pasaba junto a ellos. Tenían cerradas sus enormes alas membranosas por medio de sus antebrazos plegados, de modo que parecían gigantescas viejas sentadas, rebozadas en hediondos mantones de color tela de araña, de los que emergían sus cabezas feroces.

Entre grandes y pequeños, no menos de un millar de esos repugnantes animales descansaban en aquella hondonada ante nosotros.

Arthur Conan Doyle: El mundo perdido (1912)


Sir Arthur Ignatius Conan Doyle nació en Edimburgo (Escocia), el 22 de mayo de 1859 y murió en Crowborough (Inglaterra) el 7 de julio de 1930.

Fue un escritor británico célebre por la creación del personaje de Sherlock Holmes, el detective de ficción más famoso del mundo, junto a su compañero, el "Doctor Watson". Holmes es el ejemplo por excelencia del investigador deductivo y cerebral.

En 1902 le nombraron Caballero del Imperio Británico, otorgándole el tratamiento de Sir. Sin embargo, no recibió ningún premio por su valiosa carrera literaria a lo largo de toda su vida.