13 de junio de 2010

Hay que amar a las vacas


Hay que amar a las vacas -nos dice Chagall alargando el hocico, sin duda porque abrevaba en el Don, y su abuela, por parte de la misma, había sido una hermosa cornúpeta, robada por los rusos a unos mercaderes kirguises-. Hay que quererlas mucho. Para mí, el universo entero está poblado de ellas. Mire, si por la noche abro una ventana, las veo tristes sobre los tejados vecinos, paciendo la fina hierba que ha hecho brotar al borde el agua corriente de los canales. La luna congelada de Rusia está llena de vacas. De los establos humildes y nevados ascienden en manadas, camino de la Vía Láctea y los luceros.

En una aldea del Cáucaso, dos novios que dormían fueron raptados por una y ascendidos hasta más allá de las nubes. Era una vaca azul manchada de blanco y con los cuernos en forma de herradura. Durante unas navidades en Crimea, fueron también las vacas las que a las doce en punto de la noche tocaron las campanas de toda la península. Desde las plazoletas ateridas, el pueblo se reía, inocente, viendo cómo los campanarios se habían vuelto cornudos para celebrar el nacimiento del Niño Dios. Sí, hay que amar a las vacas.
(...)


Rafael Alberti: “París-Chagall”. Publicado en El Sol, Madrid, 1931.

Vaquitas de Sumiya Salmi (EAMM Melilla, 2009)