14 de abril de 2016

Las ratas

A un paso de la vida salvaje, Nini cumple once años junto a su progenitor: el tío Ratero. Habitan en el interior de una cueva y, para sobrevivir, capturan ratas de agua. Es claro que no son los únicos en depender de la naturaleza: otros lugareños viven bajo el yugo del latifundista local, don Antero, y necesitan que el campo, impredecible en todo sentido, les solucione las necesidades más inmediatas. Estamos ante una situación de absoluto desvalimiento, moralmente cancerosa, y no extraña que, sin descontar la importancia de otros factores, la increíble aspereza de esa existencia empuje a los protagonistas hacia la tragedia. De otro lado, se hace aún más íntima la relación entre el entorno y los hombres, y así, la alternancia entre civilización y barbarie se resuelve en desgarro e injusticia.

Publicada en 1962, Las ratas revela con pasión esas mismas penalidades que Delibes había tratado en ocasiones anteriores: el escritor confecciona un documento social con el propósito de retratar la mísera existencia en el páramo castellano y los atropellos que sufrían sus habitantes.

Ciertamente, hay aquí un claro propósito etnográfico, en la tradición de los grandes novelistas del XIX. Nada, en apariencia, más próximo al realismo. Por otra parte, al igual que sucedía en El camino, en Diario de un cazador y en su magnífica secuela, Diario de un emigrante, «no podemos hablar de un hilo o trama argumental que una el relato de Las ratas. Lo que en esta novela se nos cuenta es la historia, un tanto deshilvanada, de un pueblo castellano donde vive un personaje real que propio autor conoció en Cuéllar (Segovia) y que se dedica a cazar ratas de agua para venderlas o para alimentarse él mismo».

Delibes insiste en que la injusticia siempre moldea comportamientos desviados y malogra las posibilidades de futuro.

Las ratas fue Premio Nacional de la Crítica de Narrativa en 1963.