Una de las cosas que más cuesta recordar es la voz de los ausentes. Posiblemente sea lo primero que se nos escapa cuando la memoria sufre el paso de los años. Los rostros quedan aunque sea a fuerza de verlos repetidos en fotos una tarde de tristeza tras otra soleada. Dijeron los antiguos que las fotografías eran demoníacas porque robaban un trozo del alma de quien en ellas aparecía retratado. No sé si del alma, pero, afortunadamente, podemos con ellas guardar un pedazo, diminuto, de la vida de quienes ya no están o se fueron muy lejos. Es cierto que con los avances tecnológicos del siglo XX, también la voz puede quedar conservada en una grabación casera, pero es una posibilidad que todavía no ha arraigado entre las costumbres de los ciudadanos. Empezamos, sí, a poder hacerlo con los MP3, con los vídeos, con, los móviles. La nuestra es una generación que podrá salvar las voces de sus abuelos y de sus padres por primera vez en la historia.
En casa conservamos como oro en paño cintas de cassette y de vídeo en donde resuenan las voces de tíos y abuelos ya desaparecidos. En una de ellas oye a mi abuelo Pepe jugando con nosotros o podemos verlo preparando unas chuletas a la brasa con mi padre. Cuando pulso Play y lo escucho, se me ponen los pelos de punta.
Morir es perder el lenguaje, o al menos es lo que más impacta a largo plazo a los que continúan viviendo. Nos hemos acostumbrado a sobrevivir a los rostros y por eso podemos contemplar casi serenamente las fotos de nuestros muertos. Pero los tonos, los matices, la calidez de la voz propia son parte fundamental de la identidad de cada uno y al volver a escucharla tiempo después, resulta estremecedora, emocionante. (…)
Melilla Hoy, 25-01-10
En casa conservamos como oro en paño cintas de cassette y de vídeo en donde resuenan las voces de tíos y abuelos ya desaparecidos. En una de ellas oye a mi abuelo Pepe jugando con nosotros o podemos verlo preparando unas chuletas a la brasa con mi padre. Cuando pulso Play y lo escucho, se me ponen los pelos de punta.
Morir es perder el lenguaje, o al menos es lo que más impacta a largo plazo a los que continúan viviendo. Nos hemos acostumbrado a sobrevivir a los rostros y por eso podemos contemplar casi serenamente las fotos de nuestros muertos. Pero los tonos, los matices, la calidez de la voz propia son parte fundamental de la identidad de cada uno y al volver a escucharla tiempo después, resulta estremecedora, emocionante. (…)
Melilla Hoy, 25-01-10